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Los sentidos tienen un impacto directo en la forma en la que percibimos el mundo.
Como sabéis la Pedagogía Waldorf divide las etapas de la vida de una persona en septenios, teniendo especial importancia los 4 primeros. Así durante el primer septenio (0 a 7 años) los niños QUIEREN, en el segundo (7-14) los niños SIENTEN, y en el tercero (14-21), los niños PIENSAN. Es en el 4º septenio (21-35 años) cuándo las personas deberían conseguir alcanzar el equilibrio entre lo que quieren, sienten y piensan. A estas tres actitudes se le conocen como las 3 fuerzas del alma.
En este artículo nos vamos a centrar en el primer septenio. Durante esta etapa se desarrollan principalmente los sentidos básicos del querer (o voluntad), que son: el equilibrio, el tacto, el movimiento y la vitalidad. No es que sean los únicos sentidos que se desarrollan, pero sí los que más debemos trabajar.
Esta fase tiene que ver con el desarrollo de la corporalidad, es decir, de la propia percepción del YO. Recordemos que Rudolf Steiner determinó que el ser humano tenía 12 sentidos y que cada uno de ellos permitía conocer, de una forma u otra, a nosotros mismos y el mundo exterior.
¿Qué es un sentido?
Un sentido es básicamente la capacidad que permite al individuo percibir el mundo exterior. Existen tres formas de relacionarnos con el mundo: en primer lugar, está el conocimiento propio como parte integrante del mundo; en segundo, el conocimiento del mundo exterior constituido por la naturaleza; y, por último, el conocimiento del mundo exterior formado por las personas.
Así, en este primer septenio, los sentidos que entrar en juego para poder conocernos como parte integrante del mundo exterior, es decir, los que nos permiten conocer nuestro cuerpo, sus límites y si posición en el espacio, son los antes mencionados: equilibrio, tacto, movimiento y vitalidad.
Vamos a conocerlos con más detenimiento porque serán lo que debamos trabajar durante los primeros años de vida de los más pequeños (0-7 años).
¿Cuáles son los principales sentidos del primer septenio?
Equilibrio: cuando el niño empieza a andar y a hablar, el cuerpo se desequilibra. Para equilibrarlo necesitamos que la parte neurosensorial y metabólica esté ordenadas mediante los ritmos y las rutinas. Para un niño saber qué pasa “después” le da tranquilidad y le permite avanzar con su desarrollo.
Movimiento: es la capacidad de ser libre. Un niño tiene que tener la posibilidad de moverse en libertad. La labor del padre es garantizarle esa seguridad para hacer su camino de vida y no entorpecerlo. Un ejemplo: si un niño ya ha aprendido a andar, ¿por qué lo llevamos en brazos o en una silleta? Haciendo esto, lo único que conseguimos es retenerle en su evolución. Nuestro deber como padres y educadores es dejarle hacer las cosas por sí mismo.
Vitalidad: la vitalidad nos la da la alimentación y el descanso. La comida del niño debe ser nutritiva. Por ello debemos apostar por una comida ecológica. En cuanto al descanso, el niño debe dormir las horas suficientes que le permitan reponer fuerzas. Un niño que descansa es un niño que juega.
Tacto: está unido con la vitalidad y es necesario para generar el cuerpo etérico y conectarnos con la naturaleza. En este sentido es muy importante que el niño esté en contacto con elementos como piedras, conchas, piñas, lana, seda, madera, etc.
Y hasta aquí los cuatro sentidos del primer septenio. Y recuerda:
Conociendo el mundo, el ser humano se encuentra a sí mismo. Y conociéndose a sí mismo, el mundo se revela”. Rudolf Steiner