Acompañar a esta generación, a estos niños y niñas, es una tarea fascinante. Nuestros hijos e hijas comparten una cierta serie de características, tanto por ser niños y niñas, como por el momento y entorno en el que viven.
Y ciertamente nos enfrentamos a retos, pero estos a veces no son sino obstáculos que nosotros mismos ponemos en nuestro camino, en nuestro afán por facilitar sus pasos, por encauzar su futuro, en otras palabras, por intervenir.
Os invitamos a la reflexión, a ralentizar vuestro ritmo durante el tiempo en que tardéis en leer este artículo.
La Prisa
Nuestros hijos e hijas, los de esta generación, tienen rasgos comunes, pero también nosotros, los responsables de acompañarlos, tenemos algunas dificultades comunes en este acompañamiento, y la primera de ellas es la prisa.
Y se trata de una prisa que tiñe nuestras acciones en dos planos distintos:
Hay una prisa generada por nuestros propios horarios, por la velocidad a la que nosotros mismos nos sometemos por querer llegar a todo, por cumplir con unos objetivos profesionales, sociales, familiares y personales que en ocasiones son inalcanzables en lo que dan de si 24 horas.
Y luego existe la prisa por que nuestros hijos e hijas alcancen los objetivos que nosotros, en nuestro deseo, diseñamos para que consigan ese futuro feliz y cómodo que nos imaginamos para ellos. Es la prisa porque nuestro hijo gatee justo a los ocho meses porque es cuando gateó mi sobrino, o la obsesión por que aprenda a escribir los números a los dos años porque el del cuarto lo sabe desde hace meses.
En ambas prisas nos perdemos, y nos olvidamos de quién es el niño o niña que tenemos delante. Podrá tener rasgos en común con sus congéneres o no, pero lo que si tiene es una esencia propia que nos perderemos si no dedicamos un tiempo a observar y conocerlos.
La Educación con Calma
La educación con calma se trata con más intensidad en La edad invisible.
En esta tarea partimos con la dificultad de no tener las redes de apoyo que generaciones anteriores a la nuestra tenían más accesibles.
Los miembros de las familias vivían más cerca unos de otros, y existían lugares de reunión social y femenina, en los que se compartían experiencias de crianza que nos acercaban mucho a los conocimientos transmitidos entre generaciones, esos que en muchos momentos nos pueden dar tranquilidad o servir como guía.
Esta menor presencia de redes de apoyo y la sobreinformación a la que estamos expuestos, puede hacer que de algún modo cuanto más leamos más nos olvidemos de nuestros propios valores y prioridades y, sobre todo, de nuestro sentido común.
Si un niño gatea a los 8 o a los 10 meses, o si no gatea en absoluto porque inicia su caminar de manera espontánea, lo normal es que camine antes o después, si su salud es normal.
Al carecer de tribu nos volcamos en la búsqueda de información en los distintos medios (libros, internet, etc.), y perdemos el contacto con nuestros valores, los que nos toca construir como familia, pero no como la familia que desearíamos ser, sino como la familia que somos sumando las esencias de todos sus miembros.
Acompañar a los niños y niñas de esta generación gira en torno a detenernos a observar a ellos y a nosotros mismos, para poder así pararnos a construir bases y valores sólidos que den a nuestra única y singular familia la dirección que realmente queremos.